lunes, 26 de octubre de 2009

MANUELA SÁENZ EN LA LITERATURA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA


Por: Consuelo Navarro
The South Carolina Modern Language Review Volume 5, Number 1
Virginia State University
Manuela Sáenz es un personaje que está presente no sólo en la historia del Ecuador, sino en la de toda Hispanoamérica. Su nombre ha sido recogido por la historia como “La Libertadora del Libertador”, Simón Bolívar, pues le salvó la vida en varias ocasiones. Particularmente notoria fue la noche del 25 de septiembre de 1828, en que —luego de ayudarlo a escapar— enfrentó sola a sus enemigos, quienes penetraron a la fuerza en su habitación para asesinarlo. Sin embargo, Manuela Sáenz tiene su propia historia. Su vida está rodeada de ambigüedad, desde su nacimiento hasta su muerte, por lo que se presta a la fabulación. Episodios de la vida de Manuela han constituido material para escritores y poetas de Ecuador, Colombia, Perú, Chile, Cuba, Venezuela, Argentina, México y los Estados Unidos. Sobre ella existe una extensa bibliografía en la cual figuran seis biografías, ocho novelas, dos obras de teatro, dos guiones de cine, cerca de una docena de poemas, tres estudios de su correspondencia, dos largometrajes cinematográficos, una serie televisiva, y un número muy significativo de artículos periodísticos y ensayos de carácter histórico.

Manuela Sáenz nació en Quito a principios de 1797, según su más conocido biógrafo, Alfonso Rumazo González. De acuerdo a Galo René Pérez habría nacido en diciembre de 1795. Galo René Pérez asegura que no hay rastros de fe bautismal ni de ningún otro documento en los archivos de la familia ni en las iglesias de Quito o de los pueblos circunvecinos (42). Y, según anota Carlos Alvarez Sáa en su intento de recrear a Manuela, 1795 sería también el año de su nacimiento.

Manuela fue hija ilegítima de don Simón Sáenz de Vergara, español y Regidor del Cabildo de Quito y Doña Joaquina Aizpurru, dama criolla. Vino al mundo fruto de una unión ilícita, pues don Simón era casado con la dama payanesa, doña Juana María Campo Larrahondo y Valencia. En condición de bastarda pasó del monasterio de la Concepción al de Santa Catalina, para ser educada por las monjas. Allí aprendió las primeras letras, y también a coser, bordar y preparar dulces, habilidades que, acabados sus días de gloria, la ayudarían a asegurar su diario sustento.

La figura de su madre tampoco está exenta de contradicciones, de acuerdo a las biografías existentes. Según Rumazo González, Doña Joaquina Aizpurru muere en 1820, esto es tres años después del matrimonio de Manuela con el comerciante inglés James Thorne. Según Carlos Alvarez Sáa, su fallecimiento ocurre en 1796, y a raíz de este hecho Don Simón habría llevado a su hija a vivir con su familia luego de que la niña permaneciera cuatro años en el Monasterio de Santa Catalina. En tales circunstancias mantuvo contacto con sus medio hermanos y llegó a establecer una buena relación afectiva con uno de ellos, José María. Años más tarde lo persuadirá para que se una, junto con el batallón realista “Numancia”, a la causa de la independencia americana.

Todas las referencias a Manuela destacan que se trataba de una experta amazona. Adquirió su habilidad con el caballo en Catahuango, la hacienda de su madre, situada cerca de Quito, donde pasaba el tiempo en compañía de sus fieles esclavas Jonatás y Nathán. El papel de Jonatás como confidente, amiga y guía de Manuela ha sido recreado en Jonatás y Manuela, novela de la escritora ecuatoriana Argentina Chiriboga, publicada en 1994.

Durante su vida adulta Manuela cambia muchas veces de residencia. Vive en Quito hasta el año de 1817 en que parte hacia Lima para casarse con James Thorne, luego de haberse comprometido con él en Panamá en 1816. El matrimonio, con este hombre que le aventajaba en edad, fue concertado por Don Simón Sáenz para salvar el honor de su hija, quien se había escapado del Monasterio de Santa Catalina con el oficial realista Fausto D’Elhuyar.

Durante su primera permanencia en Lima, de 1817 a 1822, Manuela traba amistad con la guayaquileña Rosita Campusano y ambas colaboran con la causa de la independencia americana en calidad de espías. En 1822, Manuela retorna a Quito con su padre a fin de reclamar su herencia materna. Este viaje coincide con la batalla del Pichincha que sella la independencia del Ecuador el 24 de mayo de 1822, y también con la llegada de Simón Bolívar a Quito el 16 de junio del mismo año. Bolívar y Manuela se conocerán en el baile de la victoria y, a partir de ese momento, se mantendrán unidos salvando enormes dificultades. Esta unión durará hasta la muerte de Bolívar en 1830.

Manuela vuelve a Lima en 1823, no sin antes sofocar un levantamiento contra Bolívar en Quito, en el mes de septiembre. Por primera vez se viste con uniforme militar y maneja la espada y la pistola. En adelante, usará bigote postizo, se perfumará con agua de verbena y fumará cachimbo incluso delante de Bolívar, quien no permitía que nadie fumara en su presencia. A su regreso a Lima, se ha incorporado al ejército con el grado de húsar y es la encargada del Archivo Secreto del Libertador. Separada de su marido, permanence en esta ciudad hasta 1827. Participa junto a Bolívar en la batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, y es ascendida a capitán de húsares. Tiene, asimismo, una actuación destacada junto a Sucre, en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, a raíz de la cual obtiene el grado de coronel del ejército colombiano.

A finales de 1825, y atendiendo al llamado de Bolívar, viaja a Chuquisaca (hoy Sucre) para conmemorar junto a él el nacimiento de la nueva república de Bolivia. Vuelve a Lima y es expulsada del Perú luego de fracasar en su intento de sofocar un levantamiento contra Bolívar en 1827. Bolívar, mientras tanto, había partido a combatir la rebelión liderada por José Antonio Páez en Venezuela.
A principios de 1828 Manuela llega a Bogotá. Reside en la Quinta de Bolívar, en el Palacio de San Carlos y posteriormente en su propia casa. A partir de 1828, la atmósfera política se torna aún más conflictiva. Entre el 9 de abril y el 10 de junio del mismo año se celebra la Convención de Ocaña, la convención nacional en la cual se buscaba reorientar el destino de la Gran Colombia hacia nuevos rumbos político administrativos. Asisten representantes de Venezuela, Cundinamarca, Ecuador y Panamá. Los representantes presentan dos proyectos de reforma a la constitución de Cúcuta (1821): el de los federalistas y el de los centralistas. El grupo bolivariano defiende la reforma constitucional, de tendencia centralista, la cual sostenía la necesidad de un Ejecutivo poderoso para la defensa de la unidad nacional. Los bolivarianos proponen un gran poder político para el presidente de la república, quien sería elegido para un período de ocho años, tendría derechos para ser colegislador y podría hacer uso de facultades extraordinarias en tiempo de guerra y en las reuniones anuales de las asambleas departamentales. No es sorprendente que en su seno surjan los enfrentamientos entre los partidos políticos y los grupos personalistas. En el Acta del 10 de junio de 1828 se protocoliza la disolución de la Convención de Ocaña. El grupo bolivariano se retira, expresando esta acción como un deber para “salvar a la patria”. Los diputados partidarios de Santander protestan contra la resolución de los bolivarianos, considerada como contraria a los intereses de la nación colombiana. Así fracasó la Convención y se abrió el camino para la dictadura, la crisis y la desintegración de la Gran Colombia, ese gran estado nacional que se había convertido en el sueño político de Bolívar.

La vida y la seguridad del Libertador están, cada vez, en situación más frágil. La ya referida noche del 25 de septiembre en que Manuela le salvó la vida, viene seguida del perdón que Bolívar le otorgó a Santander al conmutarle la pena de muerte por la de destierro, a pesar de haber sido él el instigador del intento de asesinato. Manuela no había sido tan generosa cuando, tiempo atrás, en una fiesta en la “Quinta de Bolívar”, ella y varios amigos hicieron un muñeco de trapo al que pusieron un letrero que decía, “Francisco de Paula Santander muere por traidor”. Lo colocaron contra una de las paredes de la quinta dando la espalda a la concurrencia, le prestaron los debidos auxilios espirituales y, enseguida, un pelotón del batallón “Granaderos” procedió a fusilarlo, disparando sus rifles en medio de los aplausos de los invitados (Rumazo González 183). Santander nunca perdonó la ofensa y, llegado el momento, ejercería su venganza.

Cuando en 1830 Bolívar parte al exilio, Manuela permanece en Bogotá trabajando por su causa. En 1834, desterrada por Santander, se dirige a Jamaica. Santander la había acusado de participar en una conspiración que debía estallar la noche del 23 de julio de 1833. El 1º de enero de 1834 se le extendió un pasaporte y se le dieron trece días para abandonar Colombia.

Desde Jamaica, Manuela solicita al general Juan José Flores, primer presidente del Ecuador, un salvoconducto para volver a Quito. En posesión de este documento, intenta el regreso en 1835 para ser nuevamente desterrada por Vicente Rocafuerte, quien sucedió a Flores en la presidencia. Rocafuerte teme que el regreso de Manuela a Quito sea para vengar la muerte de su hermano José María, acaecida en 1834 mientras combatía contra el gobierno. Manuela obedece la orden de Rocafuerte de regresar a Guayaquil. Se dirige entonces al puerto ballenero de Paita, en Perú. Allí vivirá hasta su muerte en 1856. En 1837 recibe permiso para regresar a Ecuador, pero para ese entonces ha decidido no retornar a su país.

En Paita vive en la pobreza. Elabora dulces y bordados y vende tabaco. Se rodea de los animales que siempre estuvieron entre sus predilectos: los perros, a los cuales bautiza con los nombres de sus enemigos: Santander, Páez, Padilla, Lamar, etcétera. Depende de las gestiones de sus amigos, a quienes solicita ayuda para recuperar su parte de la herencia de su madre. Le resulta igualmente infructuoso conseguir la devolución de los ocho mil pesos de su dote, después de la muerte de su marido.

Una caída la deja paralítica y confinada a un sillón. De vez en cuando recibe visitas de hombre ilustres. Continúa correspondiéndose con el General Juan José Flores informándolo de los movimientos de sus enemigos en Paita y pidiendo constantemente noticias del Ecuador. La muerte la sorprende el 23 de noviembre de 1856, luego de que un barco ballenero atracara en Paita llevando consigo a un marino enfermo de difteria. La epidemia se expande matando a una de sus esclavas y finalmente a la propia Manuela. Para evitar la expansión de la epidemia, el gobierno ordena que sus pertenencias sean incineradas y su cuerpo enterrado en una fosa común. Gracias a la intervención del General Antonio de la Guerra, se logró salvar el cofre que contenía su correspondencia con Bolívar y otros papeles, los cuales fueron entregados más tarde al gobierno de Colombia. Parte de ellos reposa en museos, centros de investigación histórica, bibliotecas y colecciones privadas. Los demás han desaparecido, como despareció el cementerio donde reposaban sus huesos.

Así, sin residencia en la tierra, nos la entrega Pablo Neruda en su poema “La insepulta de Paita” (1961), en cuyos tiernos versos expresa su desilusión por la búsqueda inútil de sus restos:
Así, tal vez desnuda, paseas con el viento
que sigue siendo ahora tu tempestuoso amante.
así existes ahora como entonces: materia,
verdad, vida imposible de traducir a muerte
¿quién está besándola ahora?
no es ella. No es él. No son ellos.
es el viento con la bandera.

Tú fuiste la libertad,
Libertadora enamorada.

Gabriel García Márquez también retoma la figura de Manuela enamorada. En El general en su laberinto (1989), ella es:
La aguerrida quiteña que lo amaba [a Bolívar], pero que no iba a seguirlo hasta la muerte (13), que se impuso con una determinación incontenible y sin los estorbos de la dignidad, pero cuanto más trataba de someterlo más ansioso parecía el general por librarse de sus cadenas (155). Así que cuando volvió al Perú persiguiendo al amor de su vida no tuvo que aprender nada de nadie para sentar sus reales en medio del escándalo (156). Además, era quien le refería la letra menuda de la política, las perfidias de salón, los augurios de los mentideros, y él tenía que escucharlos con las tripas torcidas, aunque le fueran adversos, pues ella era la única persona a quien le permitía la verdad (31).

Otras referencias a Manuela incluyen el atentado contra Bolívar la noche del 25 de septiembre, así como varios pasajes que hablan de la dignidad con la que encara a la adversidad una vez muerto el Libertador. Todo esto no impide que reciba el juicio masculino sobre su conducta sexual: “Manuela se impuso a Bolívar sin los estorbos de la dignidad”. Este juicio no escapó a María Mogollón y Ximena Narváez, a cuyo decir, la actuación política de Manuela en El general en su laberinto, queda reducida a guardiana de los archivos y confidente del Libertador (115).

La caracterización de Manuela por García Márquez es indudablemente de un calibre ético más alto que la del venezolano Denzil Romero, quien publicó La Esposa del Dr. Thorne en 1988. Romero transforma al personaje en una mercancía de fácil consumo (Mogollón y Narváez 157). La caracteriza como ninfómana, incestuosa, lesbiana, aficionada a la bebida y hasta propensa al bestialismo. Muestra su amistad con Rosita Campuzano como una relación lésbica en la cual Rosita hacía de Ella-Ella y Manuela de Ella-El. Sus relaciones con hombres incluyen no sólo a D’Elhuyar, Bolívar y Thorne, sino al paje de éste, a varios subalternos de Bolívar e, inclusive, a la tropa del general.

Esta obra tuvo cuatro ediciones en apenas dos años. Sin embargo, cabe recordar que suscitó grandes debates a nivel internacional, pues fue criticada desde varios ángulos: histórico, literario, médico y ético. En el mismo año, el entonces Embajador de Venezuela en Ecuador, Dr. Arturo Valero Martínez, junto con el periodista ecuatoriano Carlos Calderón Chico, editaron una colección de artículos titulada Defensa de Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador.

En 1989, el ecuatoriano Humberto Vinueza publica “Bolívar y Manuela”, recogido en su libro Poeta, tu palabra. Vinueza escribe un poema épico, que es un canto a dos voces. Parafraseando a Bolívar en una de sus cartas a Manuela “sólo el orgullo de habernos vencido será nuestro consuelo”, yo diría que el texto de Vinueza plantea que sólo el orgullo de haberse conocido será el consuelo de ambos.
Amo tu desnudez,
tu atuendo fálico de fiesta,
tu estatura sucinta.

Amo nuestro placer en tu lucidez,
nuestra inocencia en tu fantasía,
nuestra dignidad en tus rodillas.

Son las palabras de Manuela. La respuesta de Bolívar no es menos sincera:

Yo creo para ti
palabras que serán imitadas
por los poetas de mañana:
sólo el amor a la gloria deja rastro.
Esta es tu belleza, Manuela.

Durante los noventa y a principios del 2000, nuevas voces se suman a la revisitación de Manuela dentro del marco literario del post-boom. Para esta época, muchos de los escritores del “boom” han retomado el relato, es decir se preocupan menos por la experimentación. También surgen nuevos escritores y nuevas tendencias; las mujeres incursionan más abiertamente en la literatura y, con ello, el tratamiento de los personajes femeninos adquiere mayor relevancia tanto en la pluma de los escritores cuanto frente a la crítica. La novela histórica abre nuevos caminos en el uso de la técnica literaria y el diálogo con la historiografía en obras con El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier, La guerra del fin del mundo (1981) de Mario Vargas Llosa y El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez, para sólo citar unas cuantas. La nueva novela histórica latinoamericana está lejos de los postulados positivistas del siglo XIX; por el contrario, participa en una discussion sobre la función de la ciencia histórica, cuestiona la posibilidad del conocimiento histórico objetivo y contribuye a redefinir los objetivos, metodología y lenguaje de la historiografía (Grinberg Pla 2).

Resumiendo: el interés de los escritores en hurgar en la historia latinoamericana, el surgimiento de nuevas voces narrativas femeninas, el cuestionamiento del papel tradicional de la mujer desde la década de los ochentas mediante los movimientos de mujeres en América Latina, la incorporación de las técnicas cinematográficas en la novela así como el uso de elementos de la cultura ‘pop’ y la celebración del bicentenario del nacimiento de Manuela Sáenz (para algunos en 1995, para otros en 1997), alimentan el marco socio histórico en el cual surgirán las novelas que comentaré a continuación.

Antes de entrar a los textos, quisiera destacar que sus autores se han apoyado, cada uno en diverso grado, en las fuentes biográficas más conocidas sobre Manuela, esto es Manuela Sáenz La Libertadora del Libertador, de Alfonso Rumazo González, cuya primera edición data de 1944; Las cuatro estaciones de Manuela. Los amores de Manuela Sáenz y Simón Bolívar, de Víctor von Haguen, publicada en Boston en 1952, cuya primera versión en español es de 1967, y Manuela. Sus diarios perdidos y otros papeles. Esta última es una compilación realizada en 1995 por Carlos Alvarez Sáa y Rodrigo Villacís Molina. En enero de 1993 Editorial Diana de México había publicado Patriota y amante de usted, compilación también dirijida por Carlos Alvarez Sáa en la cual figuran dos diarios (uno de Quito y otro de Paita), los cuales han sido considerados apócrifos por varios historiadores a nivel internacional. Ello no ha obstado para que Silvia Miguens los haya utilizado para escribir su novela La gloria eres tú.

Entre los novelistas que han escrito sobre Manuela Sáenz en los últimos quince años figuran el ecuatoriano Luis Zúñiga, la mexicana María Eugenia Leefmans y la argentina Silvia Miguens. Las tres novelas representan a Manuela desde el exilio en Paita, ya despojada de su gloria.

En Ecuador, Manuela, de Luis Zúñiga, Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara 1991, es el segundo intento novelesco por abarcar la figura de Manuela Sáenz. El primero fue La Caballeresa del Sol, de Demetrio Aguilera Malta, publicada en 1964. Según María Mogollón y Ximena Narváez, la Manuela de Aguilera Malta es una amante-mártir que sufre por la ausencia de Bolívar. Lo comprende y lo alienta en sus partidas, no protesta, ni reclama. Y, muy por el contrario, se mantiene a la espectativa de su retorno (112).

Manuela tiene una estructura tradicional de narración lineal. Los capítulos están organizados en forma de memorias en cuatro volúmenes. Estos son rescatados del fuego por La Morito, una esclava de Manuela, quien los entrega a la biblioteca del pueblo. No se distinguen mayores innovaciones técnicas en la narración. Las etapas de la vida transcurren normalmente: niñez, adolescencia, juventud, edad madura y vejez. Asimismo transcurren los episodios de su vida: el convento, Fausto D’Elhuyar, el abandono después de la seducción, el viaje a Panamá, James Thorne, la boda, la vida en Lima, Rosita Campusano, San Martín, la vinculación con el movimiento independentista, el batallón Numancia, la Orden del Sol, las desavenencias con su marido, la visita de su padre, el regreso a Quito, Simón Bolívar y así por el estilo. Cada capítulo comienza con un encabezamiento en el cual se detalla el propósito de la entrada. En el primero, Manuela justifica su escritura como quehacer en medio de la soledad. Dice que escribe para distraerse y que lo hace con sinceridad pues escribe para sí misma. Su deseo es que los manuscritos sean incinerados a la hora de su muerte.

Manuela es un intento de mostrar pormenorizadamente al personaje. La voz de Manuela Sáenz abre la narración con un lamento: “A la vejez, ahora que me siento tan sola, desgraciada, llena de privaciones y en una postración casi total, simplemente me propongo escribir algo de mi vida” (5). Lo encomiable del intento radica en la nota al lector, que figura al final del texto. Por ella sabemos que Zúñiga se hizo la pregunta ¿cómo revivir un personaje considerando la distancia temporal que media entre el autor y los hechos históricos del pasado? (193). En respuesta, el escritor nos muestra que le preocupaba el criterio de objetividad, que su intención era la de enfatizar la fortaleza y el encanto del carácter de Manuela, así como la extenuante lucha ideólogica y política que ella sostuvo en el transcurso de su vida. Su empeño en revivir “el discurso de una mujer del pasado” lo llevó a visitar Catahuango, la hacienda donde Manuela pasó sus primeros años, pues quería imbuirse de su espíritu. El ventarrón que se desata durante su visita le provoca emociones que Zúñiga cataloga como “poco explicables en términos racionales” (194). Asocia estas sensaciones con la presencia de Manuela, quien ahora lo estimula en su quehacer. Continúa hurgando en escrituras, manuscritos y documentos, hasta concluir su trabajo.

El siglo XXI abre con la publicación de La gloria eres tú. Manuela Sáenz rigurosamente confidencial, de la argentina Silvia Miguens, que sale a la luz en una primera edición en Buenos Aires, por Editorial Planeta en el año 2000. El título de esta novela ha sido retomado de la famosa canción del grupo uruguayo “Los Iracundos”, muy en boga en los años 70. La novela obtiene dos ediciones más en el corto lapso de un año, esta vez por Ediciones Aurora de Bogotá. En su tercera edición, la editorial colombiana promueve La gloria eres tú como “un cuadro vivo de la perpetua rebeldía de la mujer latinoamericana, que sigue batallando por siglos, contra las infinitas trampas del olvido”.

El texto se inicia con un epígrafe de Dulce María Loynaz, en cual aparece sintetizado el proceso de creación de un personaje femenino. La narración de la historia empieza cuando el ballenero Acushnet se aproxima a Paita. Los marineros se han amotinado y Herman Melville ordena que se dirijan a tierra. Melville es huésped de Manuela, quien actúa como mediadora en el conflicto. Cuando el barco parte, Manuela vuelve a quedar sin un acompañante con quien departir hasta que recibe las visitas de Garibaldi y Simón Rodríguez. Con la partida de sus visitantes, se siente consumida por el aburrimiento y la modorra. Teme ser olvidada. La muerte la acecha. Comienza a sufrir de delirio y acepta la muerte con la naturalidad que se acepta a sí misma como una mujer que vivió para amar.

A nivel formal, la técnica usada es el flashback. La narración de la trama es a dos voces: una a cargo de un narrador omnisciente, y otra, de aire íntimo, recreada mediante el uso del diario de Manuela. Fragmentos íntegros del “Diario de Quito” y del “Diario de Paita”, han sido intercalados en el texto. Miguens también intercala la carta que Manuela dirigió a James Thorne, exceptuando el hecho de que —en la novela— la carta no tiene fecha. Hay otras transcripciones de las cartas de Bolívar a Manuela, como también de las “Últimas Confesiones del Libertador” a Perú De Lacroix. Al contrario de Zúñiga que se ciñe estrechamente a los hechos históricos conocidos, Miguens se toma grandes libertades con ellos. Estas libertades no son sólo de carácter ficcional, como dotar a Manuela de una nana india llamada Dulce María, o caracterizar a Sor Teresa Salas como una institutriz feminista que tiene a su cargo la educación de los cuatro hijos de don Simón Sáenz. Es difícil adjudicarle a Miguens una intención específica cuando descontextualiza la religiosidad andina en Ecuador. Lo que sí es importante subrayar es que incurre en un grave error geográfico cuando dice que el país profesa una gran devoción a la Virgen de Guadalupe. Asimismo comete errores lexicales al transponer el habla de los indígenas guatemaltecos al Ecuador: Dulce María le habla a Manuela de la relación de los seres humanos con su nahual (40). Del mismo modo, Miguens ignora las relaciones de producción esclavistas en Ecuador al referirse a Nathán y Jonatás como dos negritas que habían sido contratadas como chaperonas de Manuela (56).
Es posible que la autora haya querido llamar la atención hacia los conflictos religiosos de la época, aunque nuevamente equivocando el léxico: Dulce María viste a Sor Teresa con un huipil (46) y las dos difieren enormemente en cuanto a la práctica tradicional de la medicina indígena. La victoria, sin embargo, recae en Dulce María, quien acaba curando a la monja en una ceremonia que culmina en hortigada.

Contrariamente a García Márquez y Zúñiga, quienes al usar la intertextualidad logran una simbiosis entre el discurso de Manuela y Bolívar y el discurso ficcional del narrador o de los personajes, Miguens se queda corta en su propósito. Los discursos se muestran inconexos. Para el lector informado, queda claro que se trata de una mera transposición. El lector poco familiarizado con los hechos históricos puede ser fácilmente atraído por la reseña de la contratapa, donde se lee: “Silvia Miguens (…) retoma, en esta novela, rigurosamente intimista y plena de sutil erotismo, la saga de las mujeres de la gesta emancipadora. Manuela se subleva contra el soberano con la misma pasión con la que le escribe al Libertador: “Le guardo la primavera de mis senos, Bolívar, y el envolvente terciopelo de mi cuerpo, que son suyos…”

La novela de Miguens ha tenido éxito comercial por su utilización del erotismo femenino. La vida sexual de Manuela Sáenz es narrada en diferentes planos con diferentes hombres, incluidos o no en las páginas de la Historia. En tal oposición se hallan Fausto D’Elhuyar y Xavier Malo, cuyas aventuras eróticas con ellos Manuela refiere en detalle a Simón Rodríguez. Para Bolívar, Miguens reserva pasajes especiales. En una caracterización feminista y postmoderna, el Libertador prepara la comida entre lances amorosos que Manuela recordará en su soledad. Al evocar su memoria, le dice a Melville: “los muertos no abandonan, sólo se van. Interrumpen esa costumbre de dejarse tocar y toquetear, ver y fisgonear, oler y escudriñar; abdican de las caricias hasta mejor ocasión, saben que el devenir es eterno, inagotable” (29).

La Manuela de Zúñiga y la de Miguens comparten una característica común: no quieren ser olvidadas. La de Miguens quiere ser recordada esencialmente como amante, mientras que la de Zúñiga intenta ser “un formidable carácter”. La novela de María Eugenia Leefmans, La dama de los perros (2001), aunque comparte el tema del olvido, difiere de las anteriores por el manejo del lenguaje. Recurre también a la intertextualidad y narra la historia desde Paita con un lenguaje muy visual (casi cinematográfico) no exento de belleza poética. Desde el primer párrafo se introduce la imagen de Manuela acompañada de sus perros. Ella vuelve de recoger peces en el mar seguida por la fiel escolta de un Páez, un Santander y un La Mar. Está vieja y cansada y también vive de sus recuerdos. A esta Manuela, sin embargo, le interesa el porvenir. No el suyo, sino el de la juventud latinoamericana. Ha mantenido su costumbre de fumar tabaco para leer el futuro en la ceniza. Esto acentúa el aspecto de bruja que dice haber adquirido con la vejez y provoca que los mozuelos se burlen de ella, pero que al mismo tiempo la respeten. Mientras aspira el aroma del tabaco, las ilusiones de los jóvenes se transforman en anhelos. Y al compartir esos sueños, Manuela se siente rejuvenecida.

La Dama de los Perros, que ganó el Premio Nacional de Narrativa “Ignacio Manuel Altamirano” de México en el año 2000, consta de 33 capítulos cortos. Se estructura como un relato circular que se abre en los últimos años de Manuela Sáenz. La novela presenta la batalla del Pichincha, el encuentro de Manuela y Bolívar y sus ocho años de amores. Estos años están llenos de encuentros, distanciamientos, rencillas, chismes, escándalos y envidias. También están representados los años difíciles, de 1828 a 1830. Se muestran los reveses sufridos por Bolívar y el papel de Manuela al salvarle la vida, así como la despedida antes de la partida de Bolívar al destierro.

El crítico Gregory Zambrano destaca tres atributos en esta novela. El primero es la ecuanimidad en el tratamiento de Manuela Sáenz como personaje, que por su dimensión histórica crea el riesgo de la desmesura. Zambrano puntualiza que hay un tratamiento cuidadoso de los hechos sin espacios para grandes delirios del lenguaje. El segundo atributo es el cuidado extraordinario en el uso del lenguaje donde cada palabra está en su lugar y cada localismo se emplea con maestría, bien sea en el uso directo del lenguaje por parte de los personajes como en la pertinencia de palabras localistas de Venezuela, Ecuador o Perú. En el uso de estos vocablos están asentadas las marcas de época, los registros geográficos, así como rasgos culturales definitorios. En tercer lugar figura una documentación histórica ponderada. No obstante la cuidadosa investigación que respalda la obra, ésta no llega a ser manifiesto de la precisión del historiador, al grado de resultar excesiva. Zambrano concluye diciendo que ésta es una novela de acción, que fluye y sujeta sus rasgos estilísticos a intensidad y tensión (4-5).

El erotismo femenino en esta novela es sensual y delicado. Manuela es una mujer que ama y se deja amar, y que se desilusiona ante la actitud de su marido hacia la sexualidad. Pero su memoria se regocija al recordar que sintió la pasión de un guerrero a quien el final de una existencia fugaz colocó a su lado para reposo (inversión de Nietzche “la mujer fue hecha para el reposo del guerrero”). Le agrada oir su descripción erotizada por Bolívar: “Te imagino desnuda, como la famosa lady sajona, al verte montar las yeguas a pelo y correr en contra del viento, con el cabello suelto, ondeando como estandarte y tu rostro retando a un mundo, al cual el amor que nos une doblega” (18).

El amor le da fuerza a Manuela. Al enterarse por el General O’Leary de que Bolívar nunca la hubiera llevado con él a su destierro en Europa porque la Santa Sede no lo hubiera aprobado, hace un último intento por comunicarse con su amante. Consulta a la ceniza. Al no lograr establecer contacto, llora porque siente que esta vez no conseguirá alcanzarlo. “¿Vendrá algún día por mí?”, le pregunta a Jonatás.

Y entonces vuelve al mar en una noche inquietadora en que las palmeras se saludan al doblarse por la fuerza del viento. Contempla el cielo y habla con las estrellas. Percibe su reflejo y se deja envolver por las olas hasta que no puede respirar. Emprende un viaje sin rumbo sin importarle a dónde va sino a quién encontrará.

La dama de los perros cierra, momentáneamente, esta muestra de la extensa producción literaria sobre Manuela. Los tres novelistas sobre los que acabo de comentar comparten la posición de Jacques Legoff con respecto a “una escritura de la historia capaz de articularse en términos de la gramática del sueño” (Grinberg Pla 3), aunque la comparten en diversa medida y con distintos propósitos ideológicos. En Histoire et Mémoire, Legoff sostiene que uno de los grandes desafíos de la historia es el de adaptarse a las exigencias de los pueblos, las naciones y los estados, que esperan de ella que se constituya en un elemento fundamental de la identidad individual y colectiva, que cada país, lleno de incertidumbre, busca (Grinberg Pla 3). En ese contexto, la Manuela de Zúñiga responde a las necesidades de los grupos feministas de la clase media ecuatoriana y latinoamericana que cuestionan el papel tradicional de la mujer dentro de la pareja y de la sociedad. En una entrevista a Paquita Armas Fonseca, Luis Zúñiga explica:
Vi en Manuela, no solamente la figura que representaba la lucha revolucionaria de la mujer de esa época, sino su proyección hacia el futuro; es decir, como la premonición de un proceso político y cultural que conlleva la reinvindicación de los derechos específicos de la mujer contemporánea, junto con la lucha por los derechos de los pueblos en su conjunto. Aunque Manuela fue un personaje del siglo XIX, definitivamente es de nuestro mundo actual (1).

Mientras la Manuela de Zúñiga todavía está dentro de los cánones del realismo literario (a ratos con un fuerte contenido de discurso sociológico), la de Silvia Miguens se acerca más a la producción orientada a la cultura de masas. Su extrema accesibilidad al lector común, su prominente interés en la intriga amorosa y su ecléctica combinación de lo maravilloso con lo social ofrece al lector una Manuela Sáenz fabricada a gran escala, con técnicas y procedimientos en los cuales las ideas, los sueños, las ilusiones, así como su vida privada están subordinadas a la rentabilidad y a la tensión entre creatividad y estandarización. “Yo no soy historiadora…ni lo quiero ser”, dice Silvia Miguens; y su entrevisitador comenta: “por lo tanto cada vez que elige un personaje, para poner en marcha a la par de la novela lo hace por curiosidad, por identificarse en algo con esa mujer y emprende ella misma a la par del personaje un intinerario que más tarde, y en el mejor de los casos, emprenderá el lector” (Entrevista 1). Su novela La gloria eres tú también se adapta a las necesidades de los pueblos, pero dentro de los postulados globalizantes de las exigencias del mercado.

La novela de María Eugenia Leefmans, La dama de los perros, muestra, asimismo, un proceso de adaptación de la historia a las exigencias de las mujeres modernas, por una parte; y de los pueblos latinoamericanos, por otra. Leefmans configura la identidad de Manuela Sáenz en función de las treinta y tres preguntas que constituyen los títulos de los capítulos de la obra. Uno de los más sugestivos, “¿Mujer o varona?”, se refiere a la construcción de género a partir de una relectura de la biblia en la cual Yahvé dice que la mujer será llamada varona porque del varón ha sido tomada. El personaje de Manuela presenta provocativamente la pregunta a James Thorne, “¿Qué soy yo, mujer o varona?” Y la respuesta que obtiene es “A woman, a real woman”, esto es: una mujer, una verdadera mujer.

En el nuevo milenio las mujeres latinoamericanas van, poco a poco, eliminando los conflictos internos sobre su quehacer en la sociedad y en la historia a partir de la aceptación de sus múltiples papeles tanto en la esfera pública cuanto en la privada. Por medio de este diálogo Leefmans recontextualiza a Manuela y, desde el principio de la historia, conduce a sus lectores a aceptar al personaje a partir de una definición que cuestiona la tradición ideológica latinoamericana.

En conclusión, la representación literaria de Manuela Sáenz por los
tres escritores examinados muestra que el personaje histórico sigue fascinando a hombres y mujeres por igual. La re-escritura de su historia también muestra que Manuela Sáenz está dejando de ser la construcción exclusivamente masculina que fuera en el pasado, tanto en el terreno biográfico cuanto en el literario. Al aproximarse el bicentenario de su nacimiento el próximo 2007, dos nuevos libros están en circulación en Ecuador: Manuela Sáenz, una historia maldicha (novela) de Tania Roura; y Manuela Sáenz, la gran verdad (ensayo biográfico) de la doctora Ketty Romo-Leroux.

A nivel de reconocimiento a su valor, el 7 de marzo del 2006, en la ciudad de Caracas, se develó el primer monumento a Manuelita Sáenz en el “Paseo de los Insignes”, ubicado en la Avenida Bolívar, en el centro de la ciudad. El evento se realizó bajo el patrocinio del Parlamento Andino y la Alcaldía de la ciudad. Se cumplen así las palabras proféticas de Manuela: “la historia me reconocerá”. Debo anotar, sin embargo, que Manuela Sáenz no ha dejado de ser una figura liminal, más aún ahora que comienza a ser recuperada por la historia oficial.


Obras Citadas
“Entrevista a Silvia Miguens”. http://www.geocites.com/
miguens_s/index.html#entrevista
Alvarez Sáa, Carlos y Rodrigo Villacís Molina. Manuela. Sus diarios perdidos y otros
papeles. Quito: Imprenta Mariscal, 1995.
Alvarez Sáa, Carlos. Patriota y amante de usted. México: Editorial Diana, 1993.
Armas Fonseca, Paquita. “Manuela: Una figura premonitoria”.
http://www.caimanbarbudo.cu/caiman327/entrevista.htm
Chiriboga, Argentina. Jonatás y Manuela. Quito: Abrapalabra, 1994.
García Márquez, Gabriel. El general en su laberinto. Bogotá: Editorial Oveja Negra,
1989.
Grinberg Pla, Valeria. “La novela histórica de finales del siglo XX y las nuevas
corrientes historiográficas”. Johann Wolfgang Goethe-Universität Frankfurt am
Main. http://www.wooster.edu/istmo/articulos/novohis.html
Leefsman, María Eugenia. La Dama de los Perros. México: Universidad Autónoma del
Estado de México, 2001.
Miguens, Silvia. La gloria eres tú. Manuela Sáenz rigurosamente confidencial. Bogotá:
Ediciones Aurora, 2001.
Mogollón, María y Ximena Narváez. Manuela Sáenz. Presencia y polémica en la
historia. Quito: Corporación Editora Nacional, 1997.
Neruda, Pablo. Cantos Ceremoniales. Buenos Aires: Editorial Losada, 1961.
Pérez, Galo René. Sin temores ni llantos. Vida de Manuelita Sáenz. Quito: Ediciones
Banco Central del Ecuador, 1997.
Romero, Denzil. La esposa del doctor Thorne. Barcelona: Tusquets Editores, 1988.
Rumazo González, Alfonso. Manuela Sáenz. La Libertadora del Libertador. Madrid:
Editorial Mediterráneo. Novena edición revisada, 1979.
Vinueza Humberto. Poeta, tu palabra. Quito: Editorial El Conejo, 1989.
Von Haguen, Víctor. Las cuatro estaciones de Manuela. Los amores de Manuela Sáenz
y Simón Bolívar. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1989.
Zambrano, Gregory. “Manuela Sáenz revisitada: La dama de los perros”. Jitanjáfora.
Revista de literatura y linguística hispánica.
http://www.temple.edu/spanpor/jitanjafora
Zúñiga, Luis. Manuela. Quito: Abrapalabra Editores, 1991.

1 comentario:

Silvia Miguens dijo...

Estimado Sr. he leìdo algunos comentarios suyos acerca de la novela que dediquè a Manuela Sàenz (La gloria eres tu). Le agradezco en primer tèrmino haberla leìdo y considerarla. No ha sido mi intenciòn allà por el 2000, ni lo es ahora, crear un libro de ocasiòn y mucho menos un best seller, por lo tanto no se si tiene algo de eso...no lo considero así. Solo me llevò a escribirlo mi gran amor hacia Manuela y hacia la mujeres que como ella bien dijo:Nacimos bajo la lìnea del Ecuador. Somos hermanas por tanto. Ese fue elùnico movil, mi admiraciòn profunda. Gracias. Silvia Miguens