martes, 20 de noviembre de 2007

EL ULTIMO VIAJE DE MANUELA


Por: Miguel Godos Curay

Los frailes se empeñaban en elevar el amor sensual a la estatura mística con el propósito de convertir el amor en una adoración lejos de las tentaciones carnales y el pecado abominable. No dieron resultado las fórmulas gazmoñas ni los encierros. Manuela Sáenz fue una amante volcánica. Se prendó en 1822 de Bolívar tras la victoria de Pichincha y dejó a su marido el inglés James Thorne. Manuela no tenía vocación de celebridad melindrosa y austera. La pasión le brotaba del alma. El espíritu de la independencia le animaba de cuerpo entero. Era una librepensadora feroz. Se perfumaba con la masculina agua de verbena, cabalgaba con los pantalones bien puestos y pasmosa serenidad en medio de las lanzas y las balas. Era lectora apasionada de Cervantes, del Inca Garcilazo de la Vega y Olmedo cuyos versos recitaba de memoria.

Manuela era temida por su apasionada lealtad al Libertador y tras la muerte de su hermano José María se le impidió el retorno al Ecuador. De nada sirvió la intercesión de su compadre el General Juan José Flores con quien mantuvo desde el exilio porteño una intensa comunicación epistolar. El 28 de Febrero de 1835 Vicente Rocafuerte escribió al General Flores en elocuente carta lo siguiente: “Madame Stäel no era tan perjudicial a París como la Sáenz en Quito, y sin embargo el gran Napoleón que no veía visiones, y estaba acostumbrado a encadenar revoluciones, la desterró de Francia; el Arzobispo Virrey de México desterró de la capital a la famosa Güera Rodríguez y desde su destierro le hizo una revolución. La mujeres (de moral relajada) preciadas de buenas mozas y habituales a las intrigas del gabinete son más perjudiciales que un ejército de conspiradores.” Manuela, con el insoportable dolor a cuestas y soportando el ostracismo tras la muerte de Bolívar en San Pedro Alejandrino, auxiliada por la generosidad de sus amigos, se dirigió a Paita.

Fue desde su rancho paiteño, el 10 de Agosto de 1850, que refirió al General O´Leary pormenorizada relación de los acontecimientos del 28 de Septiembre de 1828 en que en el Palacio de San Carlos de Bogotá salvó la vida al Libertador. Bolívar le dijo: “Manuela, tu eres la Libertadora del Libertador”. Riva Agüero, quien la odiaba rabiosamente, la llama “la Sultana de las Mancebas del Libertador”. La verdad histórica es otra. Dicen de ella que no sabía llorar sino encolerizarse como los hombres de carácter duro. Pocos conocen que desde Paita y con el nombre de María de los Angeles Calderón espiaba a los opositores de Flores y daba cuenta de los acontecimientos políticos del Perú.

Un 23 de noviembre de 1856 hace 151 años murió en Paita víctima de la terrible difteria. De este doloroso acontecimiento da cuenta una carta familiar del General Antonio de la Guerra y Montero, natural de los Puertos de Altagracia en el Zulia (Venezuela) y héroe de Junín y Ayacucho a su esposa doña Josefa Goróstide Seminario. La carta está fechada en Paita el 5 de diciembre de 1856. La misiva familiar fue encontrada por el doctor Aurelio Miro Quesada Sosa entre los papeles de su bisabuelo. De la Guerra fue uno de los firmantes del Convenio de Babahoyo y del Tratado de Piura de 1829 y Comisionado por el General Juan José Flores marchó a Cartagena y Caracas en 1830 para la separación del Ecuador, reconociendo al Libertador como Jefe de la Confederación.

La carta anota lo siguiente:“El 23 del pasado a las 6 de la tarde dejó de existir nuestra amiga doña Manuel Sáenz, y 3 días antes enterraron a su sirvienta Juana Rosa; ambas fallecieron del abominable e infernal enfermedad de la garganta. Dos días después de la señora se enfermó la Dominga del mismo accidente, la vio Mendoza y le echó el fallo y aun la abandonó, y unas cholas comadres de doña Manuela la curaron en 4 días; por lo cual deducimos que en haberla abandonado Mendoza estuvo su salvación, porque si la hubiera asistido la hubiera dirigido por el mismo camino de la señora y de su compañera; aún hay más, una de las Benitez cayó con la misma enfermedad, la asistía Mendoza, visto que no obtenía ningún alivio llamaron a Bobbio y ya esta buena y sana. Por manera que si los conocimientos de Mendoza correspondieran a la importancia que se da, no mataría tanta gente”. Un médico negligente y el olvido conspiraron para apurarle el viaje a la eternidad. El polvo bendito de sus huesos aún recorre los viejos callejones de Paita.

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