miércoles, 21 de noviembre de 2007

MANUELA SAENZ


POR: ELENA PONIATOWSKA (*)

Nadie sabe hasta donde puede llegar el poder de una mujer enamorada. Su potencia es la de cien mil potros a galope tendido. Vence la distancia, su corazón desbocado pasa como loco encima de ríos, mueve montañas y sigue el caracoleo de sus pezuñas retumbando. Las colinas, la corteza de los árboles, los espesos muros de las haciendas recogen el eco de su ímpetu. Cuando Manuela Sáenz no es una yegua desorbitada, es una mula cubierta de barro, una burra lechera bajo el sol, un lento, un viejo animal cansado que se revuelca en su pajar toda cubierta de olvido, una vendedora de tabaco en el Perú. Desde niña es tan obstinada como los obstáculos que salta con sus músculos destendidos, sus alados ijares , su grupa dispuesta al peso del hombre. Esta mujer portentosa rompe la luz al entrar, la rasga con su mirada.¡Que viva el Libertador y el Presidente de la Gran Colombia!.

El Libertador, Su Excelencia, el gran Simón Bolívar viene montado en una jaca blanca. Como la mayoría de los latinoamericanos es chaparrito pero picoso, de cejas espesas y manos delicadas. Lo que más impresiona es la penetración de su mirada, - sus ojos hundidos- la determinación de sus ademanes. Manuela Sáenz, patriota, loca de alegría por la victoria ( las provincias se incorporan una tras otra a la República de la Gran Colombia) lo recibe en Quito junto con la multitud, el 19 de junio de 1822. La jaca, como su jinete es mañosa, sus pezuñas son delicadas, menudas, su cuerpo ágil como el del Libertador y se deleita en bailar como si fueran a enredársele los deseos, ha sido adiestrada en la Haute Ecole, sus cascos son castañuelas, bailan alegres, taconean equinos, con razón dicen que el diablo tiene pezuñas,esta jaca ansiosa es el complemento de la larga nariz de su jinete que cuelga de una frente coronada por pelo encrespado, corto, viril, una mata erguida en todos los avatares. Desde los balcones al pasar llueven pétalos de rosas y caen flores más pueblerinas para ir formando una alfombra de entrega y de espera, camino exacto al lecho, al trono, a la fragancia. ¡ Que recibimiento, Dios mío, quiteños, qué recibimiento, quiteñas, que algarabía en los puentes, en las piedras calientes al sol, en la hiedra que acintura las casas, en la “monedita” de oro que se mete en todos los intersticios. Manuela Sáenz es menuda, lo único grueso de ella son sus labios pachones que llaman al beso. Atrapan como esos ojos negros acostumbrados al desafío. Son casi groseros los labios de Manuela, tan sensuales. A los veinticinco años, Manuela es ya una heroína reconocida, un patriota condecorada por el General San Martín con “La Orden del Sol”.

Simón Bolívar está a punto de pasar bajo sus ojos y Manuela no va a dejarlo irse. Más tarde escribirá en su diario: “ Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tome la corona de rosas y ramitas de laurel y la arrojé para que cayera en la frente del caballo de Su Excelencia, pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída a la casaca, justo en el pecho de Su Excelencia, Me ruboricé de la vergüenza pues El Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados en tal acto, pero Su Excelencia se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano y justo esto que fue la envidia de todas, familiares y amigos, y para mí el delirio y la alegría de que Su Excelencia me distinguiera de entre todas que casi me desmayo”.

Así empieza el gran festejo del amor, la tarima, la plaza de Quito abarrotada, las campanas de catedral que tocan repique, la banda de guerra, el redoble de los tambores, los gritos de Jonatás su esclava negra, el júbilo patriótico que suscita el Libertador y finalmente el baile, el baile, ah, el baile. El baile es augurio y alcahuete. Es el correveidile y el portador de los mensajes. Va y viene. El Libertador se acerca a Manuela y ella gira en sus brazos, es la envidia de todas las muchachas de Quito. El Ecuador es una línea que atraviesa no sólo, el planeta sino el ánimo de los convidados ardientes, primero el sol, luego su calor, de nuevo el sol, el calor del centro, los meridianos y los paralelos dividiendo en gajos la naranja del deseo, hasta la extinción de los tiempos.

“He comprobado que Su excelencia es un bailarín consumado e incansable, pues ciertamente baila con una verdadera destreza; habilidad que según él, es la mejor manera de preparara una estrategia de guerra (esto lo dijo sonriéndome).

“No quise quedarme corta y para descollar por lo menos en algo, a la altura del conocimiento de este señor empecé hablándole de política, luego de estrategias militares (mi parecer los tenía embelezado) . Entonces me cortó y empezó a recitarme en perfecto latín a Virgilio y Horacio. Hablaba de los clásicos como si los hubiera conocido. Yo lo miraba y escuchaba entusiasmada y cuando tuve por fin la oportunidad le respondí dándole citas de Tácito y Plutarco, cosa que le llamó mucho la atención quedándose casi mudo y asintiendo de mis pobres conocimientos, con la cabeza y diciendo: “Sí, sí, sí eso es, sí, sí, sí” repetía. Entonces se puso muy erguido y yo pensé que se había enfadado, pero sonriendo me pidió él que era urgente le proporcionara todos los medios a fin de tener una entrevista conmigo (y muy al oído dijo: encuentro apasionado), pues que sería yo en adelante el símbolo para sus conquistas que no solo admiraba mi belleza sino también mi inteligencia”.

Al girar bajo los prismas de cristal en el salón de baile moscovita de Tolstoi, Natasha y el príncipe Andrei de La Guerra y la Paz no sabían que tendrían primos-hermanos en América Latina, es ardiente pareja que en brazos el uno del otro construyen un imperio. Manuela Sáenz es el regazo y el vientre, Simón Bolívar la cabeza y las piernas, Manuela Sáenz es el alabastro de los hombros, Simón Bolívar la persuasión de los ojos. Allí van a ritmo de vals, Boyacá y Carabobo, Bomboná y Pichincha, hacia el sur, siempre al sur, fulgurantes, meteóricos en el cenit de su gloria, sobre las cordilleras, la Playa de Pisco, la isla de Puná, atraviesan los Andes, bajan a Guayaquil en la emoción de descubrir nuevos placeres, zarpan en una fragata y desembarcan en La Guaira y vuelven otra vez a Lima la horrible, en una temeraria mazurca que los hace atravesar de costa a costa la República de la Gran Colombia compuesta por lo que ahora son Ecuador, Colombia y Venezuela. El hemisferio sur gira entre sus manos empalmadas , marchan con el apoyo de los ejércitos chilenos, los amenazan las fiebres tropicales, bailan, bailan, los sigue una caravana de patriotas con su escolta de mulas, Manuela uniformada de capitana monta briosamente tras el Libertador. Febriles recorren mil kilómetros de amor, los baúles de Manuela sujetados por correas viajan a lomo de mulas, son muchos baúles, Manuela es dueña de vestidos de seda, de zapatillas múltiples, de mantillas de chalinas, de refajos, corpiños y medias de seda. Chapines de baile y sortijas se mecen al compás de las piernas de los animales, al llegar al Cuzco cuelgan las hamacas y su amor se transparenta como el aire enrarecido de las altas cimas. Hacer el amor allá arriba es una terapia de la muerte como la llamarían los psicoanalistas, pero más aún valsear sobre el precipicio de a la orilla del mundo. Bailan El libertador y su Libertadora,él no la puede soltar porque ella no lo permitiría jamás, primero le encajaría un puñal en la espalda y moriría traspasado como Monteagudo en las calles de Lima, los ojos abiertos al espanto, los diamantes de su pechera intactos, la cadena de oro de su leontina colgándole aún sobre el vientre frío.

Manuela se peina como años más tarde habría de hacerlo Frida Khalo. Sus negras trenzas de pelo lustroso coronan su cabeza y en esa tiara erguida coloca flores, listones, lanas de colores. Su cabeza es altiva, su cuello largo, sus facciones muy finas. Jonatás es una peinadora consumada. En Quito, cuando Manuela salía seguida por sus dos esclavas negras, sinuosas, vestidas de uniforme de guerra, Jonatás con su turbante rojo, todos volvían la cabeza para mirar un espectáculo suntuoso e inusitado. Exuberante, Manuela habla, discurre, jamás se oculta y la calle se vuelve su recibidor. Los encuentros, los abrazos, los rechazos, las murmuraciones entran y salen como Pedro por su casa y en las calles de Quito, las mujeres la señalan como piedra de escándalo: la amante de Simón Bolívar. A Manuela eso la tiene tan sin cuidado, que firma sus cartas con orgullo: “ Manuela Sáenz, patriota y amante de usted”.¡ Que título portentoso! Manuel escribe: “Soy mujer y joven; apasionada, con mucho abandono del miramiento social que a mí no me incumbe; mi ingenio es mi intención y me siento muy, pero muy enamorada,” Manuela ofrece “el suave terciopelo de mi cuerpo” , Manuela no se avergüenza de amar. No les tiene miedo a los débiles ni a aquellos que pretenden impedir el “desenlace de dos almas que se corresponden”. ¡Que bárbara Manuela! Es más fuerte su amor que Lima la horrible, es más fuerte su amor que Bogotá, más que Carácas, más que Quito, Más que Guayaquil, Más que Barranquilla, Cartagena, más que todas las batallas, mas que su cansancio al caminar al lado de sus dos esclavas Jonatás y Nathan para auxiliar a los heridos ungiéndolos con el bálsamo del Perú y dándoles de beber infusiones de amapola. Durante los combates, cuando no galopa tras el enemigo como el más valiente de los soldados lo cual le vale el grado militar de coronel, se come las uñas por el nerviosismo, todo sea por el Libertador. Manuela, la más diestra amazona ( nada de side saddle) conduce su cabalgadura entre los cuerpos después de la batalla, cura ,escucha, compadece, se inclina sobre los heridos. Nathan y Jonatás, siempre a su lado, imparten remedios más cachondos y se ofrecen de colchón.

¿Quién es Manuela Sáenz?. Una ilegítima, un bordadora, un clavecinista que toca puras notas falsas y prefiere los tambores africanos a Bach. Escandaliza a las monjas del convento Santa Catalina al escapar una noche envuelta en la capa oscura de un soldadito, bueno, de un oficial del reye de España, Fausto d´Elhuyar.¡Qué descuidadas monjas, qué bárbara Manuela! Por su origen bastardo y su buena disposición amatoria es rechazada. La sociedad le da la espalda hasta que se casa con el inglés James Thorne, comerciante, que la convierte en una de las mujeres más ricas de Ecuador. Eso es lo de menos, Manuela es la más pícara e irónica que todo el Commonwealth de la Gran Bretaña y sobrepasa a su marido a la hora de la sobremesa. Brilla con luz propia.

Manuela “patriota” cree en el sueño bolivariano y a escondidas participa en movimientos de liberación. El general José de San Martín habrá de condecorarla con la Orden del Sol y la llamarán a partir de entonces la Caballeresa del Sol. Más tarde, Bolívar levantará los ojos hacia ella al recibir en la cara las flores de su violento ramo. La convertirá en su Libertadora. Si batallas hubo, ninguna fue más grande que las de Manuela por el amor de Simón Bolívar, más grande aún que la de Natasha, porque Natasha y Andrei no querían cambiar el triste destino de Rusia y Manuela sí quiso jugar un papel en el triste destino de América Latina, a diferencia de sus primos trasatlánticos.

Todo un continente entre sus manos alborotadas de pólvora, en sus ansias de gloria,en su admiración por Napoleón Bonaparte. Emulo de Napoleón, Simón Bolívar es adicto a las mismas frases y su grito: “¡Soldados” La esperanza de las naciones está pendiente de vosotros”, se parece mucho al de Napoleón en Egipto al señalarles la Esfinge y la pirámide a sus tropas: ¨¡Soldados, cinco mil años os contemplan!. Las frases de Manuelita son menos rimbombantes pero más impetuosas; embriagan, desnudan, ponen a temblar. Nada más político, nada más social, nada más comunitario que el amor de dos que se aman. El amor es revolucionario, lo saben todos los jóvenes que se enfrentan a la policía con piedras en la mano, el sexo es un espacio que debe conquistarse. Manuela asume los riesgos, vuelve pública la intimidad, celebra el gran acontecimiento de dos que se besan.

En una América Latina hirviente los invita a todos al voyeurismo, toma la plaza por asalto, se para a la mitad del ruedo encima d los adoquines al sol y reclama para sí el campo de batalla. Nunca en la historia de nuestro continente ha habido mujer más invitadora. Pionera, libera a la polis, le quita sus varillas, desata los cordeles, le da el mismo sentido que el arte: el de liberar.

Entre los instintos básicos del Libertador esta el sexual que es político y es competitivo. Para él, el joven Antonio José de Sucre, gana la batalla de Ayacucho y ambos entran bajo los arcos triunfales a la ciudad de La Paz. Bolivia la que lleva su nombre, lo eternizará. Los indios tendrán tierra, no harán trabajos forzados, no pagarán tributo, seguirán hablando quechua y aymara, no votarán porque sólo votan los que saben la “cartilla”. Simón Bolívar es una esponja. Todo lo que le enseñó su maestro Simón Rodríguez lo chupó. Gracias a él se construirán escuelas donde estudien juntos niños y niñas sentados en la misma banca y aprenbden ante todo a pensar:”O inventamos o nos perdemos”.

Si alguna mujer ha nacido sin perjuicios sobre la faz de la tierra, esta es Manuela Sáenz.¡Qué Madonna ni que nada!. Los propósitos de Madonna son comerciales, los de Manuelita patriotas, apasionados, transparentes. Ponerle cuernos a don Jaime y exponerse a perder casa y fortuna parece normal y a nosotros muy merecido. Ver al inglés con una alta cornamenta colgado sobre la chimenea presidiendo el salón está más que justificado puesto que James Thorne no ha logrado hacerse amar de esta mujer tan inclinada al amor. Manuelita tiene derecho a ser la amante de Simón Bolívar puesto que lo ama. Lo que no le parece normal es ser la esposa de un hombre que la aburre con sus monosílabos, su apego al Virrey y su falta de inventiva. Desde niña fue fumadora y libre y dijo que todo lo que pasaba por su hermosa cabeza. Desde niña hace lo que se le da la gana. Manuela jamás fu una mesalina; siempre se entregó por pasión. Nunca tuvo aventuras pasajeras. Tampoco alberga la ilusión de que Simón Bolívar se case con ella. Eso sí, lo cela porque Bolívar es mujeriego y aunque pequeño de estatura y con una nariz larga como un cuchillo, ejerce un atractivo inmenso sobre las mujeres que le echan largas miradas luminosas e intencionadas. El poder es un afrodisíaco. Hacen vida común y entran al Nirvana. Manuela Sáenz jamás contó con que Bolívar se irritara con su actitud posesiva, y sobre todo, con las largas bocanadas de puro que se atrevía a lanzar aquel rostro tosijoso. Nunca nadie había fumado en su presencia. Manuelita sí, mientras discutía con él contradiciéndole tácticas de guerra. Manuela es Manuela, nadie la va a cambiar. Apasionada, celosa, siempre reclamó lo suyo. Un día que encontró un pendiente de diamantes en el lecho de Bolívar se le echó encima y le rasguñó la cara con tal fiereza que el Libertador no pudo mostrarse en público durante ocho días. Confinado en sus habitaciones, Manuela entonces guardó sus puntiagudas uñas y le aplicó tiernas compresas de agua y besos cuidándole todo el día y toda la noche sin separársele jamás.

Otras mujeres hubo en la vida de Bolívar después de su esposa idealizada. En México, en 1799 de paso a España se asomó al escote de María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, la Güera Rodríguez, la musa y alter ego de don Artemio del valle Arizpe quien seguramente la recordaba el preguntar a sus visitas enfundado en su batón de terciopelo carmesí: “¿ Verdad que estoy hecho una hemorragia? Por lo visto a Simón Bolívar le gustaban las Manuelas porque luego conoció a Manuela Madroño. Antes electrizó no sólo a María Teresa Rodríguez Toro, sino a Fanny de Villars, Anita Leonoit, Julia Cobier, Josefina Machado y unas quince parisinas y otras tantas madrileñas. Pero a ninguna le dijo lo que a Manuelita: Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa”.

“Estoy sentada frente a la hamaca que está quieta como si esperara a su dueño. El aire también está quieto, esta tarde sorda, los árboles del huerto están como pintados. En este silencio mío, medito. No puedo olvidar”.

Al final de su vida Manuela “la olvidada de Paita” es dueña de una tabaquería y de eso vive en el pequeño puerto peruano de Paita. Tobacco, English Spoken, Manuela Sáenz se lee en la puerta. Mientras espera a sus clientes borda o hace crochet, labor a punto, cadenilla y fuma puro como antes. Teje y borda sus recuerdos, imágenes que al ensartar la aguja van pasando por el ojal de sus ojos hermosos bajo su frente aún altanera.

Si Garibaldi la visitó y le rindió tributo, Gabriel García Márquez la olvidó en algún recodo de su laberinto. Sólo y viejo el Libertador, sola y vieja la Libertadora. Manuela lo sobrevivió veintiséis años. Desterrado, Simón Bolívar, murió lejos de ella, tuberculoso, el 18 de diciembre de 1830. Manuela Sáenz ahora fuma y mira hacia el mar. Fuma y habla con los ojos azules de Giuseppe Garibaldi. Fuma y le confía carraspienta el secreto que hace años le reveló Bolívar: “Estarás sola Manuela y estaré solo a la mitad del mundo. No habrá más consolación entonces que el haber conquistado a nosotros mismos.”

Elena Poniatowska.- Periodista y narradora mexicana nacida en París el 19 de mayo de 1933, con su familia abandona Europa durante la Segunda Guerra Mundial y llega a Ciudad de México en 1942.Trabajó como periodista en el diario Excélsior y ha colaborado, entre otras, en la Revista Mexicana de Literatura, Estaciones, Absides, Artes de México, Revista de la Universidad de México, La Palabra y el Hombre, Unomásuno y La Jornada. Ha realizado cortos cinematográficos sobre Sor Juana Inés de la Cruz, José Clemente Orozco, el agua y otros temas. Socia fundadora de la Cinemateca Nacional y de la Editorial Siglo XXI. Ha descollado en el género de la entrevista y de la crónica: Palabras cruzadas (1961), Fuerte es el silencio (1980), Nada, nadie, las voces del temblor (1988), La luna y sus lunitas (1955). Su primer libro es de cuentos, Lilus Kikus (1954). Maneja con sabios montajes las voces anónimas y revela la fuerza interior de personajes extraordinarios: Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús Mío (1969). Convertido en un libro clásico, La noche de Tlatelolco (1971) configura una épica con los testimonios de la rebelión estudiantil de 1968. Recrea la historia amorosa entre Diego Rivera y Angelina Beloff en forma epistolar en Querido Diego, te abraza Quiela (1978); La flor de lis (1988) es una novela autobiográfica, y Tinísima, una vasta investigación novelada sobre la fotógrafa Tina Modotti.

martes, 20 de noviembre de 2007

EL ULTIMO VIAJE DE MANUELA


Por: Miguel Godos Curay

Los frailes se empeñaban en elevar el amor sensual a la estatura mística con el propósito de convertir el amor en una adoración lejos de las tentaciones carnales y el pecado abominable. No dieron resultado las fórmulas gazmoñas ni los encierros. Manuela Sáenz fue una amante volcánica. Se prendó en 1822 de Bolívar tras la victoria de Pichincha y dejó a su marido el inglés James Thorne. Manuela no tenía vocación de celebridad melindrosa y austera. La pasión le brotaba del alma. El espíritu de la independencia le animaba de cuerpo entero. Era una librepensadora feroz. Se perfumaba con la masculina agua de verbena, cabalgaba con los pantalones bien puestos y pasmosa serenidad en medio de las lanzas y las balas. Era lectora apasionada de Cervantes, del Inca Garcilazo de la Vega y Olmedo cuyos versos recitaba de memoria.

Manuela era temida por su apasionada lealtad al Libertador y tras la muerte de su hermano José María se le impidió el retorno al Ecuador. De nada sirvió la intercesión de su compadre el General Juan José Flores con quien mantuvo desde el exilio porteño una intensa comunicación epistolar. El 28 de Febrero de 1835 Vicente Rocafuerte escribió al General Flores en elocuente carta lo siguiente: “Madame Stäel no era tan perjudicial a París como la Sáenz en Quito, y sin embargo el gran Napoleón que no veía visiones, y estaba acostumbrado a encadenar revoluciones, la desterró de Francia; el Arzobispo Virrey de México desterró de la capital a la famosa Güera Rodríguez y desde su destierro le hizo una revolución. La mujeres (de moral relajada) preciadas de buenas mozas y habituales a las intrigas del gabinete son más perjudiciales que un ejército de conspiradores.” Manuela, con el insoportable dolor a cuestas y soportando el ostracismo tras la muerte de Bolívar en San Pedro Alejandrino, auxiliada por la generosidad de sus amigos, se dirigió a Paita.

Fue desde su rancho paiteño, el 10 de Agosto de 1850, que refirió al General O´Leary pormenorizada relación de los acontecimientos del 28 de Septiembre de 1828 en que en el Palacio de San Carlos de Bogotá salvó la vida al Libertador. Bolívar le dijo: “Manuela, tu eres la Libertadora del Libertador”. Riva Agüero, quien la odiaba rabiosamente, la llama “la Sultana de las Mancebas del Libertador”. La verdad histórica es otra. Dicen de ella que no sabía llorar sino encolerizarse como los hombres de carácter duro. Pocos conocen que desde Paita y con el nombre de María de los Angeles Calderón espiaba a los opositores de Flores y daba cuenta de los acontecimientos políticos del Perú.

Un 23 de noviembre de 1856 hace 151 años murió en Paita víctima de la terrible difteria. De este doloroso acontecimiento da cuenta una carta familiar del General Antonio de la Guerra y Montero, natural de los Puertos de Altagracia en el Zulia (Venezuela) y héroe de Junín y Ayacucho a su esposa doña Josefa Goróstide Seminario. La carta está fechada en Paita el 5 de diciembre de 1856. La misiva familiar fue encontrada por el doctor Aurelio Miro Quesada Sosa entre los papeles de su bisabuelo. De la Guerra fue uno de los firmantes del Convenio de Babahoyo y del Tratado de Piura de 1829 y Comisionado por el General Juan José Flores marchó a Cartagena y Caracas en 1830 para la separación del Ecuador, reconociendo al Libertador como Jefe de la Confederación.

La carta anota lo siguiente:“El 23 del pasado a las 6 de la tarde dejó de existir nuestra amiga doña Manuel Sáenz, y 3 días antes enterraron a su sirvienta Juana Rosa; ambas fallecieron del abominable e infernal enfermedad de la garganta. Dos días después de la señora se enfermó la Dominga del mismo accidente, la vio Mendoza y le echó el fallo y aun la abandonó, y unas cholas comadres de doña Manuela la curaron en 4 días; por lo cual deducimos que en haberla abandonado Mendoza estuvo su salvación, porque si la hubiera asistido la hubiera dirigido por el mismo camino de la señora y de su compañera; aún hay más, una de las Benitez cayó con la misma enfermedad, la asistía Mendoza, visto que no obtenía ningún alivio llamaron a Bobbio y ya esta buena y sana. Por manera que si los conocimientos de Mendoza correspondieran a la importancia que se da, no mataría tanta gente”. Un médico negligente y el olvido conspiraron para apurarle el viaje a la eternidad. El polvo bendito de sus huesos aún recorre los viejos callejones de Paita.